¿Sushis voladores caníbales? ¿Maestras cocineras y expertas en karate? Descubre el delirio de la mano de uno de sus maestros, Noboru Iguchi.
Si jugamos a ser injustos, un poco cabroncetes y vamos a jugar a los estereotipos. Podemos distinguir distintos tipos de cine según su nacionalidad. Si es española, vamos a ver cine social, un colectivo que lo pasa mal y, de vez en cuando, alguna teta y un travestí. Si es francesa, gente hablando, algún pubis peludo y mucha reflexión grave. Si es americana… aquí las hay de dos tipos: de tiros o de gente indie que discurre mucho sobre el amor, la religión y sexo, fotografiados con colorines. Si es iraní… No lo sé, aún no he visto ninguna entera sin quedarme dormido. Y si hablamos de Japón… ¡Ay si hablamos de Japón! ¿Cómo podríamos definir el cine que se hace en Japón? A grandes rasgos, se me ocurre una palabra. Delirio. Se me ocurre otra. Perversión. Y estas dos palabras definen Dead Sushi, película de título revelador.
Noboru Iguchi es un cineasta nipón la mar de peculiar. Está obesionado con las colegialas, las bragas, las faldas, los culos, los pedos (sí, los pedos, vean si no su episodio en The ABCs Of Dead, sinfonía surrealista de colegialas con gases), la mierda (sí, la mierda) las mutaciones raras y la sangre. Y todo esto lo plasma en una peculiar filmografía de 48 títulos (según la sagrada IMDb) que cuenta con nombres como, atención Toilet of the dead, Robogeisha, Karate-Robo Zaborgar y, claro Dead Sushi.
Dead Sushi es como La Semilla del Diablo o El Planeta de los simios: en su título está la clave de todo. En esta ocasión, el desfase encuentra su forma en un virus regenerador de células con el que experimenta un científico. Sale mal, claro, y como pasaba en Re-Animator, el paciente muerto cuando recibe el virus experimenta una rabia furibunda y asesina. Por otro lado, tenemos a Keiko – interpretada por Rina Takeda, toda una experta en películas de fantasía y acción-, una muchacha educada en el arte del karate y el sushi por su padre, un experto cocinero y diestro luchador. El padre, avergonzado de tener a una hija y no un hijo, lo normal, claro, prácticamente echa a su hija de casa y ésta acaba en un restaurante donde, cómo no, se sirve sushi. ¿Dónde convergen las historias? Pues un grupo de farmacéuticos, -donde el científico de antes trabajaba antes de ser despedido-, acaba en el restaurante y éste se venga de todos inyectando el virus… en el sushi. En el sushi y en un calamar gordo, que no es sushi pero eh, qué más da, es pescado. Allí, Reiko, ayudada por un ex-cocinero de sushi con fobia a los cuchillos y que podría pasar por un componente de Los Chunguitos, intentará poner orden entre el científico despechado y la hora de farmacéuticos que solo iban al restaurante a comer un poco de sushi (muerto).
Lo que sigue es, os lo aseguro, de ver para creer. No contento con asistir a un espectáculo alucinógeno en el que vemos a sushis con dientes cercenar cuellos y rajar globos oculares, somos testigos, por ejemplo, de una clase de cómo comerlo adecuadamente, -cuando está inerte, claro-; un sushi de tortilla que canta, dispara una especie de ácido y se alía con nuestra protagonista; un espectáculo de body sushi muy de agradecer por el espectador masculino y mil millones de detalles más que no quiero revelar. Noboru Iguchi es un tío genial y extremo: se nota que hace las películas que le salen del alma, -aunque dudo que tenga- y así hay que quererle. Y Dead Sushi e de esas películas, -y, por extensión, toda su obra-, que hay que verlas en un contexto apropiado o sabiendo bien de qué pie cojea: no creo que nadie, viendo el cartel y el título, la vaya a contemplar como una denuncia sesuda sobre el conflicto palestino o las diatribas amorosas de un escritor neoyorquino durante la década de los 80. Pero como no hay que subestimar la estupidez del ser humano, yo me curo en salud y lo advierto: Dead Sushi es una película de humor muy básico, repleto de gore y que entronca con el clown, los Three Stooges y, en extensión, el slapstick, en la que sushis voladores se comen a la gente; hay escenas de karate donde los chistes son golpes en los huevos, toques de humor absurdo y gratificante; fluídos corporales, pedos, tetas gratuitas -solo una chica, pero bueno- y un sentido de “a ver qué podemos meter para que todo se vuelva más loco” que es de celebrar en estos tiempos de correción política. Para que os hagáis una idea, Dead Sushi es como si en una película de Pajares y Esteso las papas alioli y el bocata de calamares se pusieran a repartir hostias alrededor de la Plaza Mayor madrileña, pero sin chistes de la transición y UCD.
Es, por ello, una película muy peculiar, destinada a un público muy concreto: el que tiene una mente abierta y disfruta de gamberradas, no importándole que los efectos especiales sean de un digital de primero de informática si, a cambio, puede disfrutar de frases delirantes, un sano auto-ejercicio de cachondeo y un sinfín de situaciones que solo pueden desembocar en »estos japoneses están como una puta cabra». Los demás, absténganse de verla: solo conseguirán enfadarse, no tendrán razón cuando ataquen la película y se revelaran como lo que realmente son: unos aburridos.
[…] es un cineasta japonés bastante pervertido y con una imaginación desbordante. Lo mismo te hace una película de sushis caníbales que un corto de un grupo de colegialas con tendencia a tirarse pedos en un ambiente apocalíptico. […]